lunes, 23 de abril de 2012

Historia de Baeza

La primera ocupación conocida de Baeza y sus alrededores fue en el Arroyo de los Caballeros, en una de las terrazas del río Guadalquivir. Se bebió tratar de un campamento al aire libre de cazadores. Sus útiles, son de dos materiales distintos: guijarros de cuarcita de gran tamaño tallados a base de golpes basta obtener un filo, y piezas (puntas y raederas) de tamaño más pequeño, rea­lizadas en sílex. Pudo ser un campamento al aire libre perteneciente a un momento del Paleolítico Medio coincidente con la época de los neandertales. De un momento posterior es el asentamiento de Montalvas, en el punto más alto del entorno donde se han encontrado un conjunto de piezas microlíticas, también de sílex, que de confirmarse la ausencia de cerámica, indicarían la existencia de un asentamiento epipaleolítico de los últimos momentos en que los cazadores-recolectores dominaban la zona.
La colonización agrícola de la zona se produjo desde el sur hacía el norte, es decir desde Sierra Mágina hacía el valle del Guadalquivir y posteriormente hacia la Loma.
Cerro del Alcázar de Baeza
La expansión demográfica se dejo sentir primero durante el Neolítico Final en sitios como el Cerro del Tosco que como los Horneros se sitúa al sur del río Guadalquivir y después con la Edad del Cobre, en los asentamientos del Cortijo de Gil de Olid en Puente del Obispo, asentamiento que ocupo una parte solo de lo que después fue el poblado ibérico que se desarrollo allí, y que debió de estar fortificado, aunque nunca se deli­mitó esta estructura; aquí se ha encontrado cerámica campaniforme que es el elemento arqueológico que sirve de hilo conductor para detectar los movimientos de población.
A pocos kilómetros de Baeza, en Fuente de la Piedra se conocía un asentamiento del Cobre Final que se localiza en la vertiente de la Loma que cae hacia el Guadalquivir, allí la presencia de cerámica campaniforme denota que estuvo ocupado al menos en los últimos momentos del periodo, lo que señalaría el momento en que se inicio la colonización de las tierras altas de la Loma.
El proceso de colonización de las tierras altas de la Loma concluyo con la aparición de varios sitios, seguramente fortificados que se dispusieron en los espolones que miraban hacia el Guadalquivir seguramente también hacia el río Guadalimar como pudo ocurrir en el caso de Sabiote) y de los que son buena prueba Úbeda, Torreperogil y desde luego el Cerro del Alcázar en Baeza: hallazgo de una serie de tumbas cuya descripción no deja lugar a dudas era la misma necrópolis de la Edad del Bronce.
Época romana.
Se desconoce que ocurrió en todo este tiempo en el cerro del Alcázar. A partir de ese momento lo que no cabe duda es que el declive de Gil de Olid fue en paralelo al crecimiento y el desarrollo de Baeza romana. El conjunto de dieciocho epígrafes recogido recientemente por arqueólogos confirma la importancia de Baeza en la zona y su identidad con Vivatia, a pesar de que hasta ahora los restos arqueológicos en la ciudad han sido muy escasos, seguramente por las grandes transformaciones urbanísticas del Renacimiento. En todo caso la epigrafía y los datos de las fuentes escritas permiten hacer un seguimiento de su historia: Ptolomeo señala que Vivatia era una de las ciuda­des de la Oretania, cuya capitalidad se sabe por Strabon que era Cástulo, después Plinio confirma que fue tras la conquista romana una ciudad estipendiaria, es decir que aunque los vivatienses tenían que pagar el tributo a Roma y no eran propietarios de sus tierras, tenían la posesión de éstas, podían dictar sus propias leyes y acuñar moneda. Por último en la época de Vespasiano, fue convertida en el Municipio Flavio Vivatiense, como un amplio grupo de asentamien­tos ibéricos oretanos. En un pedestal que se con­serva en la ermita de la Yedra se lee: “Al Emperador Cesar Lucio  Septimio  Pertinaz Augusto Arábigo Adiabetico Partico, pontífice máximo en su once tribunicia potestad, cónsul dos, padre de la patria, óptimo y fortísimo príncipe, la república de los vivarienses". En el 203 después de Cristo Baeza era una típica ciudad romana y los vivatienses se sentían ciudadanos del Imperio.
Historia Medieval
Sede episcopal.
La ciudad romana de Viatia fue adquiriendo  paulatinamente importancia durante el periodo visigodo como lo prueba el hecho de que a lo largo del siglo VII se trasladasen a ella la ceca, es decir la "fabrica de mone­da" que en los reinados inmediatamente anteriores había estado en Cástulo, y aun más significativo, la propia sede episcopal. Esto supone que frente a la decadencia de muchas localidades del Alto Guadalquivir, incluida Cástulo que había sido la más importante, Baeza había ido creciendo en importancia, hasta con­vertirse en una de las principales ciu­dades de la región.
Durante los primeros siglos islámicos (VIII y IX) apenas hay noticias de ella, aunque se sabe que mantuvo su obispo al menos hasta mediados del siglo IX, momento en que se menciona a Saro, el cual apoyó al abad Sansón en su enfrentamiento con Hostégesis, obispo de Málaga. Puesto que este último era uno de los más firmes partidarios de la cola­boración con los emires de Córdoba, es posible que esa actitud del obispo baezano significase la oposición al poder de la comunidad cristiana de la ciudad. Este pudo ser el motivo por el que Abd al-Rahman II fundó Úbeda, poblada por árabes, para controlar la zona oriental de Jaén.
Por lo que se refiere a su tamaño y urbanismo, desde sus orígenes la ciudad debió limitarse al cerro del Alcázar, aunque en los siglos IX y X se produci­ría un lento crecimiento de población, que se concretaría en la aparición de barrios extramuros, y muy posiblemente en la organización de amplías zonas de cultivo en las inmediaciones, aprove­chando el agua de los diversos manantiales del lugar.
La época debió ser de relativa prosperidad, dotándose la ciudad de edificios públicos, como el alminar levantado a finales del siglo X por al-Durrí, fata de al-Hakam II, al que hace referencia una inscripción conservada en Baeza.
Baeza quedó a partir de 1014 situada en la intersección de varios pequeños reinos musulmanes nacidos a raíz de la desintegración del Califato de Córdoba, y pasó de unas manos a otras: Murcia, Almería, Denia, Granada (1057-1077), Toledo (1077), Sevilla (1077-1091), en lo que fue el periodo más agi­tado de su historia.
Esta situación de inestabilidad conduciría a que la población se refugiase dentro de las murallas, por lo que las áreas más próximas al recinto urba­no se rodearían con una muralla, de la que han aparecido restos en las excavaciones de la catedral, junto a la torre del campanario, creándose el segundo recinto.
Luchas fronterizas.
El mismo año de 1224 Fernando III había lanzado su primera campaña contra territorio musulmán. Al-Bayyasí se entrevistó con él en Baños de la Encina estableciendo un pacto, y entre­gándole a uno de sus hijos como rehén. De esta forma se aseguró la ayuda de Fernando frente a posibles ataques de al-Adil, mientras que el rey castellano obtuvo la neutralidad del Baezano, con lo que pudo atacar Quesada, arrasando sus defensas, prosiguiendo después en una larga correría por el Guadalimar y Guadalquivir, llegando hasta las proximidades de Jaén. Al año siguiente, al comienzo de la campaña de verano, Fernando III recibirá el vasallaje efectivo de al-Bayyasí, quién a cambio del apoyo del castellano para controlar el territo­rio de Jaén, debió colaborar con él y entregarle primero Andújar y Martos, y después las fortalezas de Salvatierra, Baños y Capilla, acordándose que mien­tras no se le entregasen estas últimas, habría una guarnición cristiana en la alcazaba de Baeza.
Pero ya había entregado la alcazaba de Baeza a Fernando III, en cumplimiento de su pacto, ya que Capilla debió tomarse al asalto. Tras su muerte, la población de Baeza con la ayuda del gobernador de Jaén intento expulsar a los cristianos mandados por el maestre de la Orden de Calatrava D. Gonzalo Ibáñez de Novoa, que resistió todos sus esfuerzos, por lo que ante la posibilidad de que llegasen nuevos refuerzos castellanos acabaron abandonando la ciudad que quedo definitivamente en manos de Fernando III en diciembre de 1226. 
Fuero de la ciudad de Baeza. Leyes otorgadas a la ciudad por Fernando III. Ejemplar del siglo XIV. Archivo Histórico Municipal de Baeza.
En manos cristianas.
En 1231, un año después de la creación de la sede episcopal, se constituye el concejo de Baeza, que será de Realengo, es decir, dependiente directamente del rey. Y se le señalan unos limites, que durante las décadas siguien­tes se irán ampliando, a medida que se conquisten nuevos territorios.
Los siglos XIV y XV serán de esplendor, aunque en varias ocasiones los nobles intentaran arrebatar a la ciudad parte de sus términos para convertirlos en señoríos. Esta nobleza se organizara con frecuencia en bandos que se enfren­tarán violentamente por el poder en el seno de la ciudad. Los enfrentamientos terminaran a finales del siglo XV, con la enérgica intervención de los reyes, que someterán a la nobleza. Por ello en el siglo XVI las rentas de la ciudad se emplearan en la construcción de edificios públicos, a diferencia de otras ciudades, donde el triunfo de la nobleza permitió a esta apropiarse de las rentas urbanas y construirse suntuosos palacios. 
Historia Moderna y Contemporánea
Esplendor y decadencia.
A lo largo del siglo XVI Baeza casi duplicó su población, llegando a fines del siglo XVI a contar con 5.172 habitantes. Pujanza demográfica que encontraba su estímulo en el importante papel que desempeñó en la repoblación roturación de extensas zonas, especialmente en Sierra Morena, donde mantendría una importante presencia que le haría chocar, como se puede constatar en las luchas legales y violentas que llevó a cabo por la defensa de extensos términos, con los vecinos de Bailén y Linares, dos de sus antiguas aldeas durante buena parte del siglo XVI.
Pero fueron los intentos de reorganización territorial, burocratización y centralización fiscal que la Corona impulsó, los factores que atenuaron la relevancia de Baeza. Especial repercusión tuvo desde principios de siglo XVI la venta por parte de la corona de autonomía jurisdiccional a las aldeas dependientes de Baeza, posibilitando la emancipación de sus lugares y debilitando las arcas municipales y afectando seriamente a la cabaña ganadera baezana.
Pese a todo Baeza cobijó condiciones socioeconómicas que hicieron posible el crecimiento poblacional. Su riqueza agropecuaria y pujanza comercial e industrial favorecieron indudablemente la estabilización poblacional al menos basta fines de siglo. La construcción del Pósito de Baeza en 1554 contribuyó decisivamente a esto al neutralizar en buena medida los efectos de las cosechas catastróficas.
Plaza de Santa María, Fuente y Catedral, al fondo.
La poderosa y numerosa nobleza biacense, enriquecida y consolidada durante la conquista cristiana y beneficiada tras la represión de las diferentes revueltas moriscas, mostró una concepción patrimonial del poder municipal a la vez que se benefició de las exenciones fiscales y jurídicas que su condición permitía. No obstante, la disputa por el control de los resortes del poder local dividiría en facciones a la nobleza. Los virulentos enfrentamientos entre los linajes de los Carvajales y de los Benavides transcendían la mera lucha local para confundirse con un acontecimiento que Carlos V tuvo que afrontar: el movimiento de las Comunidades de Castilla. En efecto, la lucha entre bandos se mezcló en 1520 con los problemas de la Corona para consolidar territorialmente su poder. No obstante, el levantamiento de algunos nobles y vecinos de la ciudad contra los representantes del emperador sería sofocado por los nobles leales que, junto con la Compañía de los Ballesteros del Señor de Santiago, derrotarían a los comuneros.
La expulsión de los moriscos de 1610 la reducción jurisdiccional, los problemas de la hacienda municipal ante la tensión fiscal de la Real Hacienda y la decadencia económica, especialmente manifiesta en el sector industrial y comercial así como en la concentración de la propiedad de la tierra, repercutieron negativamente en la evolución demográfica de Baeza.
Crisis que también incidirá en la población nobiliaria, notablemente mermada a fines de siglo. Pese a todo, a lo largo de esta centuria se dio un proceso de consolidación de la oligarquía local.
Penosa época de la historia baezana que no impidió la consolidación de instituciones tan representativas como el cabildo catedralicio y la Universidad, plenamente consolidada a estas alturas -con 400 alumnos- y reforzada con la fundación por parte de don Fernando Andrade y Castro, obispo de Jaén, en 1660 del colegio de San Felipe Neri. 
Panorama decadente en el siglo de las Luces.
La sociedad biacense penetró en el denominado siglo de las luces sumida en un lúgubre panorama. Crisis social y económica heredada a la que se suman las pérdidas territoriales de Ibros en 1734 y Lupión en 1784, así como las inducidas por la promulgación del Fuero de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena" en 1768 por el que el municipio quedó reducido a una décima parte de su extensión originaria. Tan sólo la coyuntura de alza de precios agrícolas del último tercio de siglo, favorable a propietarios y explotadores de tierras, salpicará un difícil periodo para el conjunto de la sociedad biacense.
Los intentos de centralización política y económica impulsados desde la Corte por los Borbones durante todo el siglo alimentaron los principales conflictos del periodo. La nobleza baezana, concretada en una hidalguía tocada numéricamente por la crisis del siglo anterior, aferrada al poder local se opon­drá sistemáticamente a las medidas decretadas por la Corona desde 1766. La incursión de la nobleza y, sobre todo, de la hidalguía biacense en la precoz y fugaz aventura representada por la "Real Sociedad de Verdaderos Patricios de Baeza y Reino de Jaén", fundada en 1774, materialización del impulso reformista que significaron las "Reales Sociedades Económicas de Amigos del País", hay que entenderla como un intento de capitalizar y controlar esta nueva y elitista institución donde figuraron entre otros don Pedro Thomás de Acuña, marqués de San Miguel, don Antonio de Cuadros, señor de la aldea Nueva de Figueroa, don Andrés de Godoy, don Andrés de la Fontecilla, don Juan Carlos de Benavides, señor de las villas de Santa Maria del Valle y de las Torrecillas, entre otros. 
Guerra y absolutismo.
La invasión napoleónica enmarca una coyuntura de crisis generalizada que abrirá las puertas a la Baeza contemporánea. No sería hasta el 31 de mayo de 1808, ante las presiones de las Juntas de Sevilla y Córdoba, cuando las autoridades locales reaccionaran a la ocupación francesa constituyendo una "Junta de Seguridad Pública" integrada por la oligarquía tradicional. Pese a todos los esfuerzos, tras la caída de la línea de Sierra Morena, Baeza vio entrar, con la connivencia de distintos grupos de la sociedad baezana, a las tropas francesas en enero de 1810. Ocupación que conllevará un notable incremento de la contribución que dificultará la vida del conjunto de la población y del cabildo baezano. Mas no todo fue sumisión. Desde el verano de 1810 y durante 1811 las partidas guerrilleras se manifestaron muy activamente, incluso en el interior de la ciudad, hostigando al ejército francés.
Tras la retirada de los franceses en el verano de 1812, Baeza ingresará a comienzos del otoño en la política constitucional con un Ayuntamiento integrado por Antonio Díez de la Hera como alcalde y por Bernardo Díaz, Antonio Montoro, Juan Antonio Moreno, José Chacón, Pedro Benes y Pedro Grande como regidores. Fugaz periplo constitucional al que siguió el regreso de las autoridades tradicionales y que significó, como sucedió con los maestros de la Universidad, una purga de aquellas personas señaladas por su talante liberal. Tras el trienio liberal, que permitió una reactivación de los vientos constitucionalistas como puso de manifiesto la didáctica labor de la "Sociedad Patriótica", se reimplantó el orden sociopolítico tradicional a la vez que se procedió a la persecución y depuración de todos los sospechosos liberales. 
Liberalismo y crecimiento agrario.
El final del reinado fernandino y la llegada de Isabel II atisbarían una coyuntura de cambios políticos orientados por el liberalismo.
Pese al incremento de la producción agrícola a lo largo del siglo XIX la situación del conjunto de la población no mejoró sustancialmente. La incidencia de la mortalidad catastrófica siguió azotando a una población que en muchas ocasiones no encontró otra salida que la emigración hacia Jaén o Linares, de tal manera que el crecimiento demográfico de Baeza se mantuvo durante todo el XIX en cotas bastante discretas.
Discretos electos de la política decimonónica confirmados por la tardía incorporación del municipio biacense a la red ferroviaria -hasta los años 90 no se lograría una mínima conexión ferroviaria con la construcción de la línea Baeza-Quesada-, condición “sine qua non" para el desarrollo económico decimonónico.
Durante el último tercio de siglo, la política canovista propició una etapa de estabilidad política que reforzó dicho control. 
La aguda crisis del siglo XX.
Hasta las primeras décadas de siglo la concepción patrimonial del poder local por parte de las principales familias biacense y la mecánica turnista del sistema político no se alteraría en Baeza. La profunda incidencia social de la crisis agraria finisecular y la progresiva organización de sindicatos y partidos de clase propiciarían los primeros indicios de que el orden liberal decimonónico chocaba con una realidad histórica definida por una aguda crisis social y política.

Fuente del Triunfo, en el paseo. Su ubicación primigenia era a espaldas del colegio "Ángel López Salazar", en la denominada Plaza del Triunfo.
Desde las años 80 con el surgimiento de una organización anarquista en Baeza una sección de la Federación de Trabajadores de la Región Española se rastreaban signos de un nuevo contexto. En las primeros quinquenios de siglo irrumpirían las socialistas en la vida baezana. Presencia socialista arraigada también en el plano sindical como evidencia las 2.000 afiliados de la FNTT baezana en 1933.
Crisis social y aposición política, manifestada en Baeza en las huelgas de 1917 ó 1919, que socavarían el orden sociopolítico tradicional.
Los resultados de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 arrojaran una pírrica victoria monárquica en este municipio, confirmada por la mayoría socialista resultante de las elecciones constituyentes de 1931.
Sin embargo, las esperanzas campesinas, canalizadas fundamentalmente por la UGT, puestas en la República pronto se estrellarán con la respuesta patronal que obstaculizará las expectativas abiertas por la  Ley para la Reforma Agraria de 1932.
Las heridas de la guerra sentidas por toda la comunidad, la represión franquista, la difícil coyuntura de los años 40 y 50, la pérdida de libertades y la instauración del viejo poder oligárquico, sumiría a la sociedad biacense en un largo y nefasto período histórico donde, una vez más, cupo a la emigración un triste destacado papel que perduraría hasta la llegada de la democracia en los años 70.